Una y otra vez

Recostado sobre la cama las imágenes se superponen unas con otras de manera salvaje y el temor atraviesa las simientes
-En instantes más acabara… ya acabara… acabara
No cabían dudas Borges tenía razón, “Las tardes son ineludiblemente iguales unas con otras”. Suena el teléfono, era Clara, llamo para citarme en el Bar de siempre, dijo que tenía que darme una importante noticia que cambiaria nuestras insignificantes vidas -o al menos la mía- que no me podía contar por teléfono. No había caso, siempre habrá algo que quede a través del tiempo, las paredes son cada vez más duras y los sentimientos más firmes adviniendo con ellos los miedos. Recuerdo haber amado alguna vez -sufro de vez en vez sus reminiscencias- aunque claro está, todo eso se modifico casi por completo cuando la conocí. Clara se fue transformando lentamente en todo aquello que necesitaba en pocas palabras en mi complemento ¿Que hubiese sido de mi, si aquel martes 5 no hubiese ido a aquella fiesta? han transcurrido días, meses y años, tan rápidos como la historia. Si bien en este último tiempo las cosas no fueron saliendo como las planeamos, dado a factores de índole Económico, Sociológicos y fortuitos, nos teníamos el uno al otro y no había más. Que pobres son aquellos que han despreciado al amor. Pero al final la vida también pone las cosas en su sitio. Estaba ansioso por llegar. El taxi había tardado cinco minutos más de lo normal, al llegar Clara ya no estaba y me preocupe supe entonces que algo estaba ocurriendo. El Tucumano Miguel, mozo de La Ponderosa, con una expresión poco amistosa me entrego un pequeño papel doblado en dos partes, al mismo tiempo que me arengaba dándome dos palmadas en el hombro. Estaba claro, el ya lo sabía… le dé volví una pequeña sonrisa
-Cobarde… -le repetía entre diente y en voz baja- cobarde, como si a ti te debiera algo, cobarde…
Inmediatamente una lagrima quiso escurrirse por la mejilla –la contuve rápidamente- La puta madre pensé. Acto seguido abrí los pliegues del papel. “Eres un gran hombre… lo eres... perdóname” aquel mensaje estaba escrito en letras extremadamente claras. Tire algunas limosnas arriba de la mesa y me fui. La escena no era para nada nueva, el vació estaba irremediablemente en volver a intentarlo… Pero todo tiene su fin, todo. La resignación no es más que la aceptación de las incapacidades, que desde luego siempre he negado y que era esta la hora de aceptar. No cabían dudas de que era un incapaz que ya se había resignado y que al final el dolor solo sonaría a excusas y más excusas.
-Ya acabara… ya todo acabara… es solo que aun no he conseguido apretar el gatillo… aun no… (Suena el teléfono)
-Orlando… ¿Estás? soy Clara, a las seis en la Ponderosa, tengo una gran sorpresa… no lo creerás cuando te lo diga… besos… bye…

(Despierto)

De nuevo el teléfono.

Yolanda (cuento)

Bajo de un automóvil. Un Chevy modelo setenta color Francia metalizado algo chaspeado. Estaba vieja, de rasgos derruidos, el pelo revoloteado -casi formando rulos- los anteojos eran los de siempre, aquellos de marco grande con bastante aumento, manteniendo consigo su marcada rigidez. Tenía allí mismo 99 años y yo 28.
-Perdón por los años… perdón por el olvido… hace tanto tiempo que no te veo… cuantos años hace… -le dije emocionado-
-Tene cuidado por favor… no te desvíes de lo que hagas hijo… tene cuidado… -me dijo-
Acto seguido nos abrazamos largamente.
El cuadro siguiente nos encontró observando juntos –en pleno silencio- en un televisor Hitachi de trece canales, de aquellos que ya no se fabrican más, totalmente disfuncional, veíamos un partido de futbol, Jugaban Independiente – Banfield. El color verde se había transformado inesperadamente en un rojo opaco. Lo curioso fue que en el medio del campo de juego había enormes rocas que impedían jugar, los jugadores no podían dar dos pases seguidos, el árbitro jamás detuvo el juego. Nunca, lo siguió jugando. Lo extraño es que cuando murió tenía 78 años y yo no alcanzaba los 8. Luego desapareció.