Sobre aviso (cuento)


No sé, quizá porque le avise, que se yo. Tal vez hubiese sido distinta la historia si no le hubiese avisado, pero le avise, y si… como no le iba avisar, haber como. Si soy hombre, se lo dije a tiempo estoy seguro, que si no, porque si no, quizá hasta me hubiese muerto, si muerto… pero de amor. Recuerdo que nos habíamos citado en la Placita Sarmiento, cerquita del Obelisquito. Eran las tres de la tarde -a esa hora el otoño comienza a despertarse nuevamente- Esta bien, ambos sabíamos que no era un juego. Sucedió que los sentimientos en algún momento se convirtieron en sentimientos, pero de los otros, fue ahí que le avise.
Por costumbre llegue veinte minutos temprano y ella veinte minutos tarde. A decir verdad, me enfurecía ese macabro acto de vanidad, pero he de confesarte que de un momento a otro, ese mismo acto se tornaba un acto de ansiedad y desespero por verla llegar. Claro está ella, no lo sabía… ese fue el punto de inflexión, allí fue. Luego de un instante, sin dejar de contemplarla, se lo dije.
-Flor tenemos que hablar, tengo algo que decirte. No, no es nada serio, no te preocupes solo es que, que... te quiero avisar que, haber como te lo digo…
Habíamos pasado todo el fin de semana sin vernos y ese a diferencia de los demás me preocupo ¿Por qué ese? y no los otros me pregunte… Ahí me di cuenta. La puta madre, ahí me di cuenta…
-Que pasa Julián, decime, no me intrigues...
Entonces bajo los efectos de un inusitado coraje tome valor y se lo dije, quizá si no se lo hubiese dicho. En fin.
-Lo cierto es que el sábado extrañe a rabiar y el domingo casi muero. Inesperadamente sentí la necesidad de respirar tu aliento, de sentir tu olor, de amarrarme a tu cintura y no dejarte ir, de verme en tus ojos reflejado, tomado por tus manos al abrigarme, de sentirme libre junto a vos, si libre…
Y en ese instante comenzó a llorar, si a llorar (Esbozaba pequeñas risas producto de los nervios) le explique nuevamente que quizá estaba siendo un poco exagerado, que no tome a ese inesperado acto como algo posesivo, si no como algo poético, que también ella era libre, libre para elegir, y que jamás le arrancaría tan indiscutible derecho, ya que lo que acababa de ocurrir no había sido más que un incrédulo acto de libertad. Que ella, ya había comprendido.
Y con sus manos comenzó acariciarme suavemente el rostro, sin tal siquiera decirme una sola palabra, es que claro, que podía decirme, aun lloraba. Jamás la volví a ver.



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